El pueblo
chileno está despertando. Se ha hecho patente a través de la protesta social el
sentir popular que rechaza fehacientemente el modelo actual, impuesto por la
dictadura militar. Pero la problemática local no se distancia mucho de la
crisis mundial y de los movimientos que han comenzado a surgir en los últimos
años al rededor del orbe que claman por igualdad, por verdadera justicia y
verdadera libertad. Libertad escondida en un concepto de democracia muy
distante al que promueve la participación en las tomas de decisión, y en un
sistema político y económico que ha demostrado ser incapaz de resolver las
demandas sociales. Esto queda absolutamente demostrado por la denominada
“crisis del euro”, comparable sólo con
el famoso “Jueves Negro” (siendo generoso), donde los países mal llamados del
“primer mundo” sucumben ante las fallas sistemáticas de una economía que ha
alcanzado niveles desastrosos, y de un sistema político incapacitado de darles
solución. Y tal como era esperable, los movimientos populares se hicieron
sentir, no por mero capricho ni por tendencias políticas determinadas, sino por
exigir legítimamente el bienestar social y las reivindicaciones locales
históricas, que no se escapan del contexto mundial. Hemos sido testigos como en
Grecia y en España, las manifestaciones tienden a superar la institucionalidad,
donde ya no se pide al gobierno, sino que se exige y se emplaza; al fin los
integrantes de esas sociedades dan cuenta que el Poder reside en ellos, se
empoderan de él mostrando su descontento, develando sus errores, organizando y
construyendo un nuevo modelo social, proponiendo y ya no reaccionando ante
medidas injustas o vejatorias. Pues, en las actuales condiciones que nos obliga
el sistema, no es sino a través de estas instancias que se vislumbra esta
tendencia revolucionaria, que no dista mucho de nuestro contexto actual, y de
las experiencias pasadas que han vivido otros países de la región.
La tergiversación
tanto de las cuestiones valóricas como prácticas en la sociedad actual han
generado un clima hostil que trasciende toda interpretación de la
institucionalidad, de gobernabilidad (que se alejan de lo humano, de la
humanidad, y se concentran en lo que es considerado un una herramienta del
hombre: el estado, el mercado, los medios de comunicación)y, por ende, de la
vida en sociedad y su implicancia en el funcionamiento de la misma. Y es que
finalmente todo índice de vanagloria y congratulación sobre los avances del
hombre en todos sus niveles del conocimiento, de la ciencia, de las artes y de
las humanidades, comienza a desaparecer lentamente; ya no es suficiente seguir
viviendo en las condiciones que se plantean desde el Estado, institución human
máxima por antonomasia, ni estar a merced de la economía como factor clave de
la estabilidad de un país, obligando al hombre a funcionar mecánicamente al
servicio de aquellos. Es decir, se ha subyugado lo humano a la funcionalidad de
un modelo de vida impuesto por quienes nos han gobernado por décadas, incluso
por siglos.Pero, ¿Cuál es la solución correcta? ¿Dónde podremos encontrar la
respuesta que venga a dar solución a este mal, canceroso y arraigado
fuertemente, y que pueda contribuir al verdadero cambio, a la verdadera
revolución social, en pos de la liberación del hombre de la esclavitud del
sistema actual?
Desde el mundo
Libertario, con ciertos matices en lo pragmático, programático y formal, existe
certeza en la propuesta y en la respuesta a la interrogante planteada: La importancia de construir un movimiento
social cuyo objetivo sea reivindicar las posturas históricas que emanan de los
sectores populares, de los desprotegidos, de la masa dominada, de las clases
oprimidas, radica en la necesidad que suscita romper con el status quo,
con los paradigmas del sistema político, económico e ideológico imperante cuyas
características no son desconocidas: la inequidad en la distribución de los
bienes, la transacción indiscriminada de los valores monetarios en beneficio de
una parte minoritaria de la población, la obligación sistemática al uso de
estos valores por toda la población, y por ende de un sentido moral determinado por quienes obligan a hacerlo, es
decir, por quienes nos gobiernan (ergo,
nos dominan), y un gran etc. Siguiendo esta línea, aceptamos la lógica de
clases (más bien de la “lucha de clases”) dando un paso importante no sólo en
cómo funciona el sistema económico, sino también el sistema laboral,
educacional, de salud, de vivienda, etc. Entendemos que el sistema actual no
puede tener otra motivación que no sea un afán imperialista, que se ha
establecido en occidente utilizando sus grandes armas: el mercado, el estado y
la religión. Toda esta “declaración de principios” es la base para plantear nuestra máxima: aportar a la
construcción de Poder Popular, proyectando la superación a la sociedad de
clases, a través de la organización del pueblo en su integridad (trabajadores,
estudiantes, pobladores), buscando la autogestión social de la riqueza y el
autogobierno popular. Un cambio drástico, una revolución, que saque a flote
axiológicamente al hombre, que genere la vuelta de la humanicidad a la
sociedad, la vuelta de la verdadera igualdad, que elimina la lógica del
“dinero-trabajo” (cada cual según su capacidad y a cada cual según su
necesidad), que entierra todo fantasma
de opresión e injusticia, construyendo una nueva sociedad de manera colectiva e
inclusiva.
“La Idea de una
sociedad sin Estado provocará tantas objeciones como la economía política de una
sociedad sin capital privado. Hemos sido criados con prejuicios acerca de las
funcionces providenciales del Estado. Y nuestra educación, desde las
tradiciones romanas hasta el código de Bizancio, y las ciencias profesadas en
la Universidad, nos acostumbró a creer
en el Gobierno y en las Virtudes del Estado-Providencia”
Piotr Kropotkin
Jozelo Chajtur
Concejero
FECh Fac. Filosofía y Humanidades
Frente
de Estudiantes Libertarios
Universidad
de Chile
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